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#ESNOTICIA
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…surgió una voz “amanerada” y quienes lo veían disimulaban hipócritamente un aplauso detrás de la época “machista”, conquistando desde la más humilde enamorada hasta el más engallado-gallero.
18:20 martes 7 enero, 2020
ColaboradoresCartas desde mi burladero…
San Luis Potosí, S. L. P., a los 07 días del mes de enero del año de Gracia del tercer milenio y de la era cristiana de 2020
LIC. DANIEL PEDROZA GAYTAN
SECRETARIO DE FINANZAS
GOBIERNO DEL ESTADO DE SAN LUIS POTOSÍ
PRESENTE.-
Estimado Señor Secretario:
Permítame sumarme a los aplausos que ha recibido por su labor. Los recientes en la Plaza de Toros México, donde el matador de toros potosino Fermín Rivera le brindó una de sus actuaciones que tuvo en el coso mayor del mundo. De mi parte, por su afición a “la más bella de todas las fiestas” y también por los resultados que en últimas fechas ha entregado en la Secretaria a su cargo, ¡bravo!. Sin duda su buen oficio “muleteril”, las políticas que el Gobierno del Estado ha mantenido a lo largo de esta administración y su dominio “de las suertes con la derecha e izquierda” don Daniel, le han permitido ganarse la confianza y buen acierto de la vida social y política potosina. Además, sé que es un gustoso de la música, tanto la de antaño como la de hogaño y de muchos géneros, lo que me permite compartirle a Usted y al amable lector una bonita efeméride.
La cultura popular es aquella que envuelve a una sociedad y la matiza de personajes, de hombres y mujeres, que marcan épocas de sonidos y sombras, escénicas o vocales. Pintorescas, aplaudidas y no gustadas, pero si aceptadas como parte de un tiempo y un espacio, o si su grandeza es más, eternas y clásicas.
Mientras que en el México conservador de los 30´s y 40´s un “Flaco de oro” se ponía traje y tocaba al piano cantándole a las “aventureras” y “perdidas”; en los 50´s y 60´s un “Rey” -al sonoro rugir del tequila- lloraba y lloraba por “Ella” o “Por la que se fue”, ambos machos bragados, uno clásico enamorado y otro con sombrero charro… crucificados en su momento, hoy siguen siendo parte del panorama folclórico del México que sigue -seguimos- cantando sus canciones…
Pero es 1971 y en tanto que de la mano del líder Luis Echeverria entramos “¡arriba y adelante!” a una época que quiere olvidar los desencuentros entre el orden-establecido contra la rebeldía-temporal (las melenas, los hippies, la liberación sexual y The Beatles) surge una voz "amanerada" -que hoy celebramos sus 70 años de nacimiento- cuyas letras empiezan a causar un revuelo general, primero en ellas, que con ternura se enamoraron de el “que no tiene dinero ni nada que dar”, para no soltar jamás al cantautor que a fuerza de lidiar con “el ¿qué dirán?” social de los gustos masculinos, pasamos a una época de “me gustan dos o tres, pero vamos al palenque a verlo, hace buen show”, tratando de disimular hipócritamente un aplauso detrás de la época y el gusto hacia quien logró conquistar, desde la más humilde enamorada hasta el más engallado-gallero.
Esa crítica inicial a su carrera vino porque a “JuanGa” se le ocurrió cantarle al amor… pero no con el tierno magisterio de Manzanero, si no con la experiencia de los suyos y la propia. Al amor a través de una “Querida que cada momento de su vida piense en él cada día”; al amor traicionero que juega y pierde con “Ases y Tercia de Reyes, que enseña su juego y se da cuenta que nada tiene”; al amor del bueno; al amor despechado “que inocente pobre amigo –advierte- no sabe qué va a sufrir, que sobre aviso no hay engaño y sabe muy bien que se va”; al amor interesado, “el que no quiso casarse aquel tiempo cuando se lo propuso”; al amor que se va y al “Amor eterno”, ese que hoy en día, todo México, rompe en llanto para despedir a un ser querido un día sí y otro también, en un funeral o en una borrachera…
Esta primera imagen refleja ese inicio. No el artista, él siguió siendo él mismo. La imagen va más allá. Los cinco o seis miembros de su grupo quienes, con dos guitarras, una batería y el clásico amplificador setentero, empezaron a acompañar a quien debió aguantar los insultos machistas de una generación que no respetaba ni modos ni formas -hoy no lo hacemos, “cuantimás” ayer- por ser un jovencito “rarito” que “canta bonito y le gusta a mi vieja”.
La imagen va más allá. Es el palenque de San Luis -de la antigua feria, hoy terrenos de la Ciudad Judicial- o el de cualquier ciudad que anunciara en la variedad a “Juan Gabriel”. ¿Y quién era?, “apenas va empezando y trae buenas canciones. ¡Pues vamos!”. El graderío vacío superior de aquella noche de 1971 contrasta con los llenos que provocaría años después... Apenas nacía la estrella.
Hablar de Juan Gabriel es hablar de un autor cuyas letras han enmarcado y siguen vivas en el imaginario de un pueblo que convierte a sus ídolos en ideales, en este caso musicales.
Baladas, rancheras, disco, polkas, norteñas, rumbas, huapangos, pop, banda y otros géneros más, fueron los que lo sostuvieron desde ese 1971 hasta su desaparición física en 2016. Y en el trajinar de esos años triunfantes por su fama interminable de tantos y tantos LP´s tan clásicos o canciones tan actuales como antiguas, hay dos fechas que con esta efeméride quiero resaltar…
Es 1984 y por eso, no es casual que su disco “Recuerdos II” siga siendo el más vendido en toda la historia de la música en México y en español: ¡16 millones de copias vendidas! (¿Y después? Aahh José José y Luis Miguel) y “Querida” -de ese álbum- siga siendo la canción que más se ha mantenido en las ondas radiofónicas de la historia musical de nuestro país: ¡18 meses!. ¿Y después?, ninguna.
Es 1990 y en la cumbre de su éxito supremo, en la cúspide de la fama y la fortuna, palenques, reconocimientos, discos y canciones, osa tocar las puertas del recinto cultural más importante de nuestro país. Ese atrevimiento provoca el rechazo de los cultos defensores del mármol y rumbosa parafernalia artística del escenario de Amalia Hernández y su Ballet Folclórico o el de María Callas y "La Traviata" de Verdi: el Palacio de Bellas Artes. Alegaron que “lo más bajo del publico populachero de un estudio de Televisa se quedaría corto cuando en un palenque se convirtiera este sagrado recinto”, y el resultado: el colofón artístico más importante en el recinto superior de las bellas artes, interpretado por el ídolo máximo de una sociedad y cultura musical por excelencia: la mexicana.
Y aun y en contra de la crítica de algunos altos burócratas salinistas -que de todos modos fueron, porque “el Señor Presidente y su esposa iban a ir”- y con la defensa sabia de grandes plumas como Alí Chumacero o Carlos Monsiváis en 8 horas se agotaron los boletos de 4 días de fechas, del que se sigue registrando -según el gran critico Jaime Almeida- como el más grande e importante concierto de la música en México: Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes con la Orquesta Sinfónica Nacional.
Los arreglos musicales, los coros, la orquestación, sus letras mismas, el escenario y las condiciones en esas presentaciones, son el resultado de un trabajo que ese México había hecho suyas. Precisamente esa popularidad y fama que el público mexicano le había brindado por casi 2 décadas -y a la fecha- fueron el aplauso que le permitió que su “Mariachi Arriba Juárez” bailara junto con la primera y segunda violinista y con el del fagot “Hasta que te conocí”, no en un gesto de irrespeto, sino el de una aceptación viva de la música de un artista que había conquistado todo escenario posible de México.
Sin duda la calidad moral y más grande responsabilidad artística de interpretar cualquier nota de una partitura en este país la tiene la Orquesta Sinfónica Nacional. Sigue siendo 1990 y envuelta en la polémica de ese mítico concierto, abrió el telón -maravilloso, por cierto- con sus clásicas: “No discutamos”, “Mi Fracaso” y “Adiós amor te vas”, instrumentalmente. Se abría para confirmar la consagración del artista… Esta imagen es la continuación melancólica de la anterior. Del reducido grupo a la gran Orquesta, del semilleno escenario al inmenso recinto abarrotado… ¿Y el artista?, él siguió siendo él mismo.
FOTO: DEBATE Como lo fue en cada palenque, en cada escenario, en cada feria, en cada disco que sigue vendiendo, en cada guitarra que sigue tocando, en cada bohemia en que los parroquianos de la casa de una jovencita de 17 años, que le encanta igual el espantoso ruidazo de ritmos actuales, también sabe cantar: “…que nunca volverás, que nunca me quisiste, se me olvidó otra vez…”. Ese es el tamaño de un artista, ese es el tamaño de Juan Gabriel.
Hace 70 años nació esta mítica figura, hoy no vemos ya muchos que lo alcancen. Ojalá volvamos a ver uno… como lo cantaba “El Divo de Juárez”: “…eso quiera Dios”.
Y adiós. Gustavo I. Robledo Guillén