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Sin bien el mecanismo de comunicación se ha convertido en una herramienta de propaganda...
00:06 miércoles 12 abril, 2023
ColaboradoresSin bien el mecanismo de comunicación se ha convertido en una herramienta de propaganda, también es un espacio de diálogo e intercambio Recientemente ha surgido en sectores de la oposición la idea de que se dejen de realizar las conferencias mañaneras del presidente, como si fuera esas la manera de resolver un problema que me parece es doble: por un lado, la habilidad que ha tenido López Obrador para utilizar un mecanismo de comunicación institucional a su favor y convertirlo en herramienta de propaganda gubernamental y política, y por otro la ausencia de narrativas atractivas de la propia oposición para conectar con el grueso de la población. Lo cierto es que las mañaneras son un ejercicio de comunicación excepcional. Yo no conozco otro mandatario en el mundo que todos los días se someta a una sesión de hasta tres horas de toma y daca con los medios en las que, además de hacer planteamientos y presentar temas, reciba preguntas y tenga un intercambio con periodistas con la calidad y nivel que cada quién elige darle. Por un lado, tenemos a los porristas mañaneros del régimen: los que confunden cuestionamiento con adulación y hacen preguntas solo dirigidas a halagar y aplaudir al presidente. Pero tenemos también muchos casos de auténticos periodistas que hacen preguntas duras, con información sólida y planteamientos críticos que contrastan y debaten con el presidente. Eso, que es lo más valioso y relevante de las mañaneras, es también lo menos aprovechado. ¿Por qué? Porque el público se queda con los clips propagandísticos difundidos ya sea por el gobierno o por la oposición y no con un espacio de intercambio, de diálogo, en un país en el que tradicionalmente los políticos buscan murallas de separación con los medios de comunicación. También hay un elemento muy negativo: la tendencia del presidente a enfocar la mira en sus críticos y opositores, y utilizar el espacio matutino para atacarlos o pretender exhibirlos, a veces con datos, pero muchas otras con rumores y juicios de valor que tienen más de ataque ad hominem que de argumentación seria crítica y que han derivado en el muy entrecomillado “Quién es quién en las mentiras”, un espacio de ataque directo, a veces calumnioso u ofensivo, hacia quienes el presidente y sus aliados perciben como sus enemigos. El presidente podría haber reducido un poco ese ruido, ese volumen, si hubiera resistido la tentación de responder de manera tan dura y tajante a sus críticos o adversarios, pero ¿es esto un ataque presidencial a la libertad de expresión? No me parece. Es, sin duda, un exceso retórico: el uso de la tribuna presidencial para atacar conlleva una responsabilidad adicional porque la palabra presidencial pesa, inhibe, intimida, hostiga. Eso debemos señalarlo, criticarlo, y también colocarlo en su justa dimensión, porque tampoco es que padezcamos de amnesia colectiva y hayamos olvidado cómo se las gastaban gobiernos anteriores cuando querían callar a las voces que les resultaban incómodas. POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
@GABRIELGUERRAC