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Para cualquier informador resulta aterrador echarse de enemigo al presidente de EU en funciones, es un hombre poderosísimo
00:10 domingo 28 septiembre, 2025
ColaboradoresWashington.- El periodismo militante y servil es una grave y peligrosa afrenta cívica y lo peor que le puede ocurrir a cualquier democracia.
Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, profesa lo contrario.
Cuestionar sus políticas, decisiones, dichos o exponer el historial de sus acólitos o correligionarios implica una demanda multimillonaria o el cese inmediato de cualquier comunicador en Estados Unidos.
El despido y fin del programa de parodia política de Jimmy Kimmel en la cadena de televisión ABC, la demanda judicial que busca una compensación de 20 y 15 mil millones de dólares a los diarios The Wall Street Journal y The New York Times, respectivamente, son ejemplos recientes de los riesgos y peligros que implica reportar sobre Trump.
Para cualquier informador resulta aterrador el echarse de enemigo al presidente de Estados Unidos en funciones, es un hombre poderosísimo.
Consorcios periodísticos como el Times y Wall Street Journal, tienen la capacidad económica y judicial para su disputa contra Trump.
La cárcel o la ruina puede ser el resultado del latigazo reciente que el presidente estadunidense amenaza con lanzar en demandas millonarias contra periodistas, de forma personal y no contra sus medios.
La semana pasada, en la Casa Blanca, Trump amagó con una demanda al reportero Jonathan Karl de la televisora ABC, y dejó abierta la puerta para hacer lo mismo con otras y otros informadores por las preguntas incómodas que le hacen y por su manera de informar sobre su gobierno.
Defenderse de una demanda judicial del presidente de Estados Unidos requiere millones de dólares, la carencia de recursos para hacerlo significaría terminar en una cárcel, perder todos los bienes, además de ser una calamidad familiar y laboral.
El caso de Kimmel ilustra que hay dueños de cadenas de televisión que prefieren claudicar y alinearse antes que perder sus licencias de transmisión y millones de dólares por defender a un empleado.
Kimmel se atrevió a hacer sátira política con el caso de Charlie Kirk, el joven activista asesinado hace unos días en el campus de una universidad en el estado de Utah.
Lo que dijo Jimmy Kimmel de Kirk en su programa nocturno provocó la ira de Trump, de miembros del Partido Republicano y del sector ultraconservador de la sociedad estadunidense.
Izando la bandera del ostracismo para lavar el honor del mártir político del trumpismo, Brendan Carr, titular de la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos, declaró que ABC corría el riesgo de perder la licencia de transmisión y eso generó la destitución inmediata de Kimmel y el fin de su programa en la televisión.
En Estados Unidos, ante las circunstancias actuales, para seguir ejerciendo el bendito oficio de informar y pedir la rendición de cuentas a los gobernantes a nombre de la sociedad a la que se deben, el periodismo, las y los informadores, necesitan ser multimillonarios.
La libertad de expresión, la objetividad e independencia periodística están acorralados por el estilo dictatorial de Trump.
El panorama que se ventila para los más de tres años que restan al mandato de Trump es de censura judicial o de la autocensura para favorecer a la militancia y a los aplausos. ¡Una total ignominia!
Pasó a ser un mito aquel dicho de pregonaba que a los perros y a los políticos se les calla a periodicazos.
A la prensa se le silencia y censura con dinero.
Quién iba a pensar que gobernantes, políticos y empresarios estadunidenses que se llenaban la boca criticando a la prensa corrupta de otras naciones y presumiendo la independencia y objetividad de la de su país, ahora sean el ejemplo de lo contrario.
No existe el periodismo perfecto, todos los que nos dedicamos a este hermoso oficio de informar estamos expuestos a cometer errores.
De nada sirve la solidaridad en el gremio para defender a la libertad de expresión cuando el poder del dinero amordaza los micrófonos, para las prensas y apaga las cámaras.
POR J. JESÚS ESQUIVEL
COLABORADOR
@JJESUSESQUIVE