Vínculo copiado
#ESNOTICIA
#ESNOTICIA
La “revolución de las conciencias” terminó en una pedagogía de la conformidad
00:01 miércoles 22 octubre, 2025
ColaboradoresPara LAE
En noviembre de 2018, poco antes de que Andrés Manuel López Obrador tomara posesión como presidente, el escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka publicó en The New York Times en Español una advertencia contra la deriva autoritaria que pulsaba en su oferta política: un gobierno más basado en la autoridad moral de su líder que en la eficacia de las instituciones públicas, más ocupado en azuzar agravios que en proteger derechos, más dedicado a la provocación y la propaganda que a rendir cuentas. Para emprender ese proyecto, sin embargo, a López Obrador no le bastaba su abultada victoria en las urnas; le hacía falta combatir la autonomía cívica, desalentar la responsabilidad colectiva, persuadir a los mexicanos de renunciar a los controles y la exigencia propios de la política democrática. “No lo puede lograr solo”, sentenciaba Barrera Tyszka: “necesita derrotar a la sociedad”.
Siete años después, el expresidente vive al margen del ojo público, pero esa sociedad está a la vista. Vencerla no fue doblegarla de golpe, sino irla desmoralizando poco a poco. Por un lado, imponer austeridad en los servicios públicos, denunciar la corrupción ajena mientras encubría la propia y promover “abrazos” para apaciguar al crimen; por el otro, amedrentar a la crítica, estigmatizar el desacuerdo y deslegitimar la protesta. La “revolución de las conciencias” terminó en una pedagogía de la conformidad: menos ciudadanos que se organizan y demandan, más “beneficiarios” que se resignan y agradecen. En apenas un sexenio, pasamos de un presidente impopular que se quejaba del “mal humor social” a pesar de los avances, a otro muy popular que enfrentó una pandemia –la mayor catástrofe de salud pública en la historia contemporánea, con más de 800 mil muertes en exceso– asegurando que le venía “como anillo al dedo”.
El gobierno de Claudia Sheinbaum no revierte ese legado: lo consolida. Su victoria en 2024 fue la de una coalición a la que el electorado decidió no cobrarle ningún costo; más que un triunfo, un trámite. Si López Obrador fue un caudillo que escenificaba (“¡hay que separar al poder político del económico!”); Sheinbaum es una funcionaria que administra (“que presente su denuncia”). Ya no necesita la grandilocuencia de una épica histórica, con las menudencias de la ambición vulgar tiene suficiente. Donde antes hubo manipulación de la esperanza, ahora hay gestión de lo que Francisco Bulnes llamó “la empleomanía”.
Así, la sociedad de la que escribía Barrera Tyszka no sucumbió por la vía de la represión, se amansó con apoyos sociales, anestesia retórica y falta de alternativas. Más que imponérsele a la fuerza, el obradorismo logró cooptarla: despojarla del adjetivo “civil” e inducirla a mutar como sujeto político para convertirse en “pueblo bueno”. Si derrotarla fue acallarla, dividirla y domesticarla, para reanimarla urge lo contrario: que recupere su voz, redescubra el terreno de lo común y se movilice no para aplaudir, sino para reclamarle al poder sus abusos y abandonos.
La pregunta es cómo.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg