Vínculo copiado
He contraído, si se puede decir así, un compromiso racionalista que trato de cumplir con el mayor de los escrúpulos
00:03 domingo 15 diciembre, 2024
Colaboradores-Yo sólo creo en lo que puede demostrarse con los instrumentos de la ciencia –dijo mi interlocutor guardando su agenda en un bolsillo de su pantalón-.
He contraído, si se puede decir así, un compromiso racionalista que trato de
cumplir con el mayor de los escrúpulos.
-¿Un compromiso racionalista? –pregunté-. Conozco esa expresión. Creo
haberla escuchado en alguna parte.
-Quizá la haya leído usted en un libro de Gaston Bachelard que se titula
precisamente así.
-Es probable –dije, aunque no estaba muy seguro, pues he leído muy poco
a Bachelard; luego pregunté-: ¿Y qué significa para usted, concretamente, estar
comprometido con el racionalismo?
-¡Ah, significa muchas cosas! Significa, ante todo, que entre varias
explicaciones posibles de un mismo problema, elegiré siempre la que me parezca
más lógica y racional.
-Y si dicha explicación no satisface plenamente las exigencias de la razón,
¿qué? –seguí preguntando.
-Bien, entonces suspendo el juicio temporalmente y digo que, por ahora, no
hay explicación posible; que debo esperar algún tiempo, es decir, hasta que la
ciencia adelante un poco más.
-Ese por ahora, sin embargo, bien podría demorarse unos cuantos siglos
–digo yo.
-Así es, pero ¿qué le vamos a hacer? Y, por lo demás, ¿ha leído usted a
Guy de Maupassant? En uno de sus cuentos aparece un personaje, un juez de
instrucción o algo por el estilo, que dice de pronto a las damas que lo escuchan
arrobadas: «Yo sólo creo en causas lógicas. Y, en lugar de la palabra sobrenatural
para expresar lo que no comprendemos, sería preferible que nos sirviéramos
simplemente de la palabra inexplicable». Creo que no se podría decir mejor. ¡Así
opino también yo!
-En vez de sobrenatural, inexplicable. No veo yo qué gana usted
cambiando una palabra por otra. Y si la fe cristiana, por ejemplo –sigo
diciéndole-, tuviera una explicación para ese problema, ¿la aceptaría usted? -
¡De ninguna manera! El racionalismo, como muy bien hizo ver mi querido
Bachelard, es un compromiso; o sea, un deber y una obligación…
-O una preferencia.
-Si quiere usted llamarla así –me dice-, está bien. Veo que comprende bien
lo que quiero decir cuando hablo de compromiso.
-¡Pero la vida está llena de cosas que la razón no puede explicar!
-¿Como qué cosas?
-Como eso que usted acaba de hacer. ¿No anotó usted hace diez minutos
una fecha en su agenda? Pues bien, faltan tres meses para que se cumpla el plazo
y llegue ese día. ¿Cómo sabe usted que para entonces estará vivo?, ¿cómo puede
saberlo? Si usted fuera el racionalista que dice ser, habría dicho a la persona que
le llamó por teléfono: «Mire, como nada sabemos del futuro, yo no me puedo
comprometer a nada. Ya veré yo si dentro de tres meses…».
El hombre se me quedó mirando. Y yo seguí:
-Decidir desde ahora algo que ocurrirá en el futuro es algo que sólo puede
hacerse desde la esperanza, es decir, desde una virtud muy poco racionalista;
quiero decir, desde la esperanza de que dentro de tres meses usted aún estará
aquí.
-¿Desde la esperanza? ¡Qué cosas dice usted! No desde la esperanza, sino
desde la estadística y el cálculo de probabilidades.
-Pues yo no lo vi hacer ningún cálculo mientras garrapateaba en las páginas
de su agenda.
-Otros lo han hecho ya por mí ese cálculo del que habla usted. Según una
estadística reciente, la esperanza de vida de un hombre occidental –de un hombre
como yo, quiero decir- es de 75 años, aproximadamente. De modo que espero
llegar por lo menos a esa edad. Es gracias a la confiabilidad de ese cálculo que yo
me atrevo, sin que me tiemble la mano, a hacer esas anotaciones de las que me
habla, pues apenas tengo 52. Si tuviera 74 y medio, las cosas serían distintas: no
me arriesgaría a tanto, estimado señor.
Sí, pensé, eso dicen los científicos, ¿pero quién de ellos podrá decirme que
yo, precisamente yo, llegaré a esa edad? Los que hacen estos cálculos hablan sólo
de números, mas los nombres que están detrás de esos números se los reserva
Dios…
Pero basta de diálogos. Aquel hombre, pese a todo, había dicho una gran
verdad: el racionalismo es sólo eso: un compromiso, una opción: es preferir una
explicación a todas las demás; es optar por una sola de las tantas respuestas que la
realidad nos ofrece o puede ofrecernos: la que más se adapta a nuestros gustos o,
incluso, a nuestros caprichos.
Yo, por mi parte, he contraído también, desde hace mucho, un
compromiso: el de verlo todo bajo la luz de la fe. ¿Los científicos hablan de
evolución para explicar la aparición de la vida en la tierra? Bien, que lo hagan,
pero esto no me quitará para nada la fe en la creación. ¿No dice claramente el
libro del Génesis que Dios lo hizo todo en seis días? Hubo, pues, una evolución
creadora: primero, según el relato, existió la materia inanimada y a ésta siguieron
luego las plantas y los animales, es decir, la vida rudimentaria; sólo hasta el final
aparece el hombre como remate y cumbre de la creación. ¿Y no es esto mismo lo
que dice la ciencia? Además, ¿quién dijo que los días de los que habla el libro
santo sean los nuestros de 24 horas? ¡Para Dios, como dice un salmo, mil años
son como un día!
Para mí, lo primero es creer; y luego, cuando la ciencia haya descubierto lo
suyo, seguir creyendo, pero ahora con mayor razón, con más razones. ¿Un
compromiso teísta, por decir así? Llámelo como guste. Pero es también un
compromiso, y no menos importante que el anterior.