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Un acuerdo en la que se establezcan las reglas de convivencia social y del juego político
00:03 miércoles 27 diciembre, 2023
ColaboradoresSupongamos la existencia ficticia y pedagógica de un Estado en el cual, siguiendo las enseñanzas del Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, en el que se discurre la idoneidad de las instituciones (el niti) y la realidad (el nyaya) para establecer una idea pragmática de democracia, justicia y derechos fundamentales. En suma, un acuerdo en la que se establezcan las reglas de convivencia social y del juego político. El ejemplo sigue, sin duda, la larga tradición contractualista desde el Leviatán de Thomas Hobbes, el Ensayo sobre los gobiernos civiles de John Locke, el imprescindible Contrato Social de Rousseau y hasta los posicionamientos contemporáneos de John Rawls con La idea de justicia o de Jürgen Habermas con la Teoría de la acción comunicativa. Todo es un proceso de suma de racionalidades que recorre desde los posicionamientos de las mayorías y refleja las pretensiones de las minorías. Por supuesto, no se puede ir a los extremos. Una tiranía de las mayorías ha demostrado a lo largo de siglos una idea malentendida de la fórmula democrática que ha pisoteado la dignidad y los derechos más elementales de las minorías raciales, de género, políticas o religiosas. Pretender sobreponer las minorías al mandato mayoritario cuando éstas han cubierto los procesos electivos, constituyentes, legislativos y revisorios haría inútil la democracia. Pero en todo caso se deben establecer dos advertencias. La primera es un juego conciliador de ambos bloques que les permita un conjunto yuxtapuesto: el ámbito de las mayorías, el ámbito de las minorías y un interregno de convivencia. La segunda es que, ni las mayorías ni las minorías pueden llamarse a ignorancia o desconocimiento de lo pactado. Hacer caso omiso de esas dos advertencias es un coup d’État. A menos claro, que se pretenda reformular el Estado democrático e instaurar un gobierno autoritario o dictatorial. Señala el profesor de Oxford, Larry Siedentop, parece una ingenuidad insistir en el valor y la importancia de las Constituciones y se sería cándido si se imagina que los ciudadanos se pasan leyendo y releyendo el texto fundamental. Sin embargo, existe en términos de conciencia colectiva de lo importante que es la Constitución –de ese país ficticio del que hablamos al inicio o de un Estado existente– y de cómo incide en la vida de los ciudadanos “y marca la frontera en los mapas de la identidad personal”. Al decir de Siedentop, tres son los mecanismos que crean esas delimitaciones mentales: la separación de poderes, las relaciones centro-periferia de la sociedad/Estado y el cúmulo de derechos fundamentales. Dicho de un modo más asequible: evitar la acumulación unipersonal del poder, separar lo público de lo privado y el respeto a la esfera individual. Por eso no puede sostenerse en las democracias actuales el discurso retórico de las mayorías avasalladoras, ni el reclamo infundado de las minorías, cuando en ambos casos van en contra de la Constitución, la cual tiene suponemos todavía entre nosotros la última y definitiva palabra. POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
*Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación