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El poeta tomó la pluma y escribió, tras una pausa larga
00:03 martes 24 diciembre, 2024
ColaboradoresEl poeta tomó la pluma y escribió, tras una pausa larga: “Vivir es aquel impulso de ser, que en lo que ya es se resuelve en esfuerzo por ser más. Allí donde cesa aquel impulso o acaba este esfuerzo, allí cesa la vida y acaba el ser vivo aunque continúe la apariencia por automatismo”.
¿Qué fue lo que quiso decir, exactamente? ¿Que uno muere cuando acaba de desear y de soñar? Sí, eso. Cuando uno ya no quiere ser, cuando se ha cansado de vivir, entonces ha muerto, aunque el corazón siga latiéndonos en el pecho y continuemos con nuestro movimiento ajetreado de siempre; aunque nos resistamos a creerlo, en las venas ya no corre la vida, y nuestra condición es muy parecida a la de una de esas lagartijas a las que los niños, en la escuela, le han cortado la cabeza.
El poeta continuó: “¿Creéis que la sociedad cristiana ha existido alguna vez en verdad? ¿En cuántos hombres habéis encontrado el Cristo vivo? Y ya queréis proclamar su bancarrota. ¡Pedantes! ¡Necios!”.
Ni siquiera hemos estrenado aún el cristianismo y ya hay quien dice haber escuchado a lo lejos sus estertores. ¡Si ellos supieran que nuestra época es brutal y suicida no por ser cristiana, sino por no haber querido serlo! ¡Si supieran que el mundo se rompe en pedazos no por exceso religión, sino por falta de ella! El evangelio es un regalo dado por Dios a los hombres, pero éstos no se han tomado un tiempo para abrirlo. ¡Ah, tienen tanto trabajo! ¡Ya lo harán después –dicen-; ya habrá, más tarde, tiempo para ello!
“Aún no habéis empezado a vivir, os digo. Renegáis del Hijo porque aún no conocéis al Padre en cuyo nombre os habló. Meneáis la cabeza y pedís otra cosa. Estáis muertos”.
Dijo Chesterton una vez que los hombres queremos verdades nuevas porque no nos hemos atrevido a poner en práctica las antiguas. Y esto vale, ante todo, para el cristianismo: si hoy inventamos y ponemos de moda tantos dogmas, tantas filosofías y doctrinas exóticas e inhumanas, es porque no hemos tenido el coraje de vivir lo que ya tenemos desde hace dos mil años. Nos sucede lo que a los lectores de esos libros de frases célebres que van con los ojos de una a otra porque no se han atrevido a aplicar ninguna.
“Yo sé de algunos hombres dispersos que han vivido en Cristo –prosigue el poeta-, y sé de instituciones originadas en su espíritu; pero de que haya existido una sociedad verdaderamente cristiana, de hombres vivos en Cristo, yo no lo sé. Por esto creo que la historia verdadera de la humanidad está aun por empezar. Y que este mundo en que vivimos –o creemos vivir- de Estados y leyes, y monarquías, y repúblicas, y socialismos, y negocios y clases…, este mundo yo creo que no es más que la prehistoria de la humanidad; que todavía hemos de empezar a vivir”.
“Mayores cosas veréis”, dijo una vez Jesús a sus discípulos (Juan 1,50). Mayores cosas veremos. El futuro aún no ha comenzado, por más que los alarmistas de siempre nos amenacen con calentamientos globales y otras crisis planetarias. ¡Cómo se divierten estos tales viendo a la gente temblar! Como si Dios, al principio de los tiempos, no hubiera dicho a sus hijos, los humanos: “Sed fecundos y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla” (Génesis 1, 28); como si este pobre mundo, frágil como una cáscara de nuez, no estuviera, pese a todo, en sus manos.
“Pero ¿qué quiere decir vivir? Vivir es desear más, siempre más: desear, no por apetito, sino por ilusión. La ilusión, ésta es la señal de la vida; amar, esto es la vida. Amar hasta el punto de poder darse por lo amado. Poder olvidarse a sí mismo, esto es ser uno mismo; poder morir por algo, esto es vivir. El que sólo piensa en sí, no es nadie, está vacío; el que no puede sentir el gusto de morir, es que ya está muerto. Sólo el que puede sentirlo, el que puede olvidarse a sí mismo, el que puede darse, el que ama, en una palabra, está vivo”.
Sí, vivir es esto: dar la vida por los amigos. ¿Qué puede esperarse del que ni siquiera pierde el sueño por los que dice querer? “¿Duermen?”, preguntó Jesús a sus discípulos un jueves por la noche mientras él sudaba sangre. Sí, dormían, como dormían, igualmente, en el Tabor. ¿Por qué el evangelista Juan nos presenta siempre a los discípulos somnolientos y amodorrados? La misma pregunta hizo una vez el espíritu de Patroclo a su amigo Aquiles en la Ilíada:
“¿Duermes? Tú duermes, Aquiles, y mientras tanto me olvidas.
Cuando estabas vivo no me descuidabas; mas ahora que estoy muerto ya no te ocupas de mí. ¡Vamos, entiérrame pronto!”. Amar es no dormir, es no olvidar.
“Decís que amáis a todos los hombres –continúa el poeta-, cuando tal vez no sabéis amar a uno solo; con sólo cada uno amar bien a uno, todos quedarían bien amados y el amor mejor servido.
“Ama tu oficio, tu vocación, tu estrella, aquello para lo que sirves, aquello en que realmente eres uno entre los hombres. Esfuérzate en tu quehacer como si de cada detalle que piensas, de cada palabra que dices, de cada pieza que pones, de cada golpe de martillo, dependiera la salvación de la humanidad. Porque depende, créelo”.
Dice un proverbio chino: “¿Quieres que el mundo esté limpio? Barre entonces el frente de tu calle”. Con que cada quien haga lo que le toca, y lo haga bien, con eso basta: entonces el mundo, por fin, estará como lo quieres.
El poeta está a punto de terminar. “Todo –dice- es para ser eterno, todo es para ser amado; aun en el acto de cortarte las uñas debías poner tu amor, porque este cuerpo que nos ha dado Dios merece también algún cuidado”.
El poeta pone punto final, alinea las páginas y se pone de pie. Por hoy, ha terminado. Ha hecho su testamento. ¡Así es como se debe vivir! ¡Así y no de otra manera!
¿Y el nombre del poeta, que aún no lo he dicho? Joan Maragall (1860-1911).