Vínculo copiado
Una vez, un hombre que buscaba a Dios
00:03 domingo 12 mayo, 2024
ColaboradoresUna vez, un hombre que buscaba a Dios y se preocupaba por cumplir su voluntad, se encontró en el mercado de un pueblo cercano a La Meca a un anciano de aspecto extraño que le llamó la atención poderosamente, y, acercándose a él, le dijo: -Ya sé quién eres. Eres un ángel de Dios. -¿Cómo lo supiste? –preguntó el anciano. -Lo supe porque busco al Señor de día y de noche. Ahora deja que te siga y sea tu discípulo para aprender a realizar en esta vida la santa voluntad de Alá, bendito sea. -De acuerdo –dijo el anciano-. Serás mi discípulo, pero sólo por un día y con una condición. Deberás prometerme una cosa: que no me pedirás explicaciones de nada de cuanto me veas decir o hacer. -Acepto –dijo el hombre. Y juntos se pusieron a recorrer la ciudad. Apenas se habían alejado unos cuantos metros del mercado cuando se detuvieron a ver cómo doce hombres derribaban con sus pesados martillos una barda muy vieja y muy alta, último vestigio de una construcción devorada por el tiempo y las tormentas de arena. -¿Qué hacen? –preguntó el anciano, es decir, el ángel, a los hombres que derribaban la barda. -Ya lo ves –respondió uno de ellos-: ayudamos a estos dos pobres huérfanos –y los señaló con el dedo- a derribar esta pared inútil. Pues resulta que hoy por la mañana, mientras el visir hacía su recorrido matutino por la ciudad, una piedra que cayó de este muro le golpeó la cabeza; entonces mandó decir a los huérfanos con uno de sus secretarios: «Si no derribáis hoy mismo esa barda peligrosa, mañana al amanecer seréis ejecutados». Y para que esto no les suceda estamos ayudándolos a cumplir con la tarea, que deberá quedar concluida hoy mismo antes de la medianoche. -¡Eso sí que no! –gritó el anciano sumamente molesto- No está bien que ustedes, que son hombres ocupados, estén aquí perdiendo el tiempo ayudando a unos muchachos que bien podrían hacer el trabajo ellos solos. Tú, por ejemplo –dijo al más viejo de todos- ¿no tienes en tu casa un buey que de tan enfermo está a punto de morirse? -Sí –respondió éste con tristeza-. Es verdad que tengo un buen muy enfermo. -Pues ve a cuidarlo, que tal es tu deber –dijo el ángel. Y el viejo se marchó de allí a cuidar su buey. -Y tú –dijo el ángel a otro más-, ¿no has dejado solo tu negocio en el mercado? -Así es –respondió éste-. Lo he dejado solo por unos momentos para echar una mano a estos jovencitos. -Pues no deberías haberlo hecho. ¡Corre, porque es este momento dos mujeres se están llevando tu fruta sin pagarla! –Y el comerciante partió de allí más rápido que una zorra. -¿Y tú? –preguntó el anciano a otro más-. ¿No eres comerciante en telas? -Sí, lo soy. -Pues bien, justo ahora el visir está buscando un tipo de brocado que sólo tú puedes venderle, y si encuentra cerrado tu establecimiento habrás dejado de hacerun buen negocio. Y así hizo el ángel con todos los que faltaban, hasta que no quedaron allí más que los dos huérfanos, que lloraban de coraje e impotencia. Entonces el hombre que buscaba a Dios llevó aparte al anciano, es decir, al ángel, y le dijo: -¡No, tú no eres un ángel! ¡Eres el demonio! ¿Cómo pude equivocarme de tal manera? Estos dos huérfanos necesitaban ayuda, sus vecinos se la prestaron generosamente y tú los fuiste despidiendo de uno en uno. ¡Si eres ángel, del infierno lo serás! El anciano guardó silencio; sólo se limitó a decir: -Me prometiste que jamás me pedirías explicaciones de cuanto me vieras hacer o decir. -¡Sí, pero esto es demasiado! ¡Jamás había visto yo tanta iniquidad ni tanta envidia! -Bien, ya que me pides explicaciones, te las daré. Me preguntas que por qué he querido dejar solos a estos dos muchachos con todo el trabajo. Bien, por esto: porque en una esquina de ese muro hay una vasija llena de monedas de oro que fue enterrada allí hace más de doscientos años por un rico comerciante de este lugar. Ahora bien, si yo hubiese permitido que esos hombres siguieran rompiendo la barda, hubieran sido ellos quienes la encontraran y se habrían repartido el dinero a escondidas. ¡Ah, los conozco bien! Son hombres generosos, sí, pero sólo hasta cierto punto. ¡A los huérfanos no les hubiera tocado nada! Ahora éstos lloran porque el trabajo es pesado, pero dentro de dos horas encontrarán la vasija, y entonces su llanto se trocará en sonrisas. Por si quieres saberlo, así es como obra Dios. Y, ahora, hasta la vista, puesto que no has sabido cumplir con tu promesa. ¡Adiós! Sí, así es como Dios gobierna el universo. Un día me quedo en cama solo y con fiebre, y en mi desesperación maldigo la vida. ¿Pero quién sabe si ese día no iba a sufrir una volcadura, o a atropellar a alguien, o me iba a caer en la cabeza un poste de luz? Entonces Dios me dice: «Con fiebre y todo, hijo mío, pero te me quedas ahí quietecito, pues es absolutamente necesario que por lo menos hoy no salgas de tu casa». No sabemos si, cuando nos sentimos más solos y abandonados, Dios nos tenga preparado un tesoro enterrado que sólo nosotros debemos