Vínculo copiado
Con 135 años, en este edificio los exámenes finales no son lo único que provoca terror a los estudiantes
12:19 domingo 1 noviembre, 2020
San LuisA simple vista pareciera como si el tiempo hace mucho se hubiera detenido, las paredes frías de piedra, las ventanas y barandales de madera que seguramente en más de un siglo alguna vez tuvieron que ser repuestas, los techos a dos aguas que muchos no saben si guarda o no un ático. El jardín central que con la lluvia se volvía un lodazal, los espacios dispuestos en cada ala del edificio que han guardado historias de amor, de esperanza y ciertamente de dolor. El sótano con ventanitas, desde las que el ojo humano puede ver mucho del pasado. Este inmueble ubicado en el Barrio del Montecillo es mucho más que un patrimonio industrial de los años de bonaza del ferrocarril en San Luis Potosí, pionero de la medicina de especialidades y escuela de muchos potosinos exitosos. Inaugurado en 1885, el Hospital Ferrocarrilero fue construido por Ferrocarriles Nacionales que en ese tiempo contaba con personal americano. Su objetivo era prestar atención especializada a los trabajadores tanto nacionales cómo extranjeros, el primer director del nosocomio fue estadounidense. En ese tiempo, dicen las crónicas, San Luis Potosí era un punto de convergencia importante de vías de tren. Casi llegando a 1900 las rutas México-San Luis y San Luis-Laredo provocaron un gran tránsito de pasajeros y trabajadores de Ferrocarriles Nacionales, así que se construyó una vía que llegara de forma directa hasta el hospital para atender emergencias. Posteriormente la institución dejó de dar servicio exclusivamente a ferrocarrileros y se convirtió en un hospital público, pero a finales de la década de los 50´s ya estaba rebasado. Esto dio pie a la construcción de la clínica 47 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en la parte posterior. En los 60´s el inmueble se convirtió en una academia para ferrocarrileros y luego en una academia comercial. Para los 90´s comenzó a albergar a la preparatoria Margarita Cárdenas Rentería, hasta el día de hoy. Esta institución, reconocida por el alto nivel académico y deportivo de sus alumnos también guarda muchas historias de miedo. A pesar de que el edificio sufrió algunas modificaciones, vestigios de su función como hospital todavía se dejaban ver hasta hace algunos años, sin embargo, lo más latente de esa época son las almas que no han querido despedirse de este plano. Y es que ¿cuánto no sucede en un hospital?, ¿cuántas personas se fueron de este mundo sin desearlo, sin despedirse, con dolor o con miedo? Y eso, es lo que nos trae a este punto. En la década de los 2000, cuando llovía muy fuerte por el techo de madera se filtraba el agua y el ambiente comenzaba a sentirse diferente, con los cambios de clima la sensación no era más agradable las vigas comenzaban a crujir dando una sensación más que tenebrosa, como de película. Ciertamente en este lugar hay algo que da más miedo que los exámenes finales de física y matemáticas. Todavía en esos tiempos el pabellón central tenía un desnivel y en sus paredes había ganchos, que seguramente en su momento sirvieron para colgar bolsas de suero o para las batas. Este pabellón se dice, en su momento era para la recuperación de enfermos de tuberculosis, lo cierto es que era el espacio más grande y ahí tomaban clases un grupo de cincuenta alumnos. El pizarrón estaba empotrado sobre una placa de madera que hacía una división entre el espacio para las clases y lo que dicen, era una pequeña bodega a la que nunca nadie entraba. Por el pasillo que recorre de la puerta principal hasta el patio posterior se podía ver la puerta a esta bodega, de la que todo el tiempo emanaban sonidos de cosas moviéndose, incluso, aseguran que se escuchaba que aventaban objetos. Se cuenta que alguna vez los alumnos de este salón con todo y profesor salieron asustados, ya que se comenzaron a escuchar cómo arañaban la madera por el lado de la bodega, al revisar no encontraron a nadie. Otra de las historias de susto colectivo, es la del equipo de básquetbol y el de animación, que un día en el patio se quedaron practicando hasta que se hizo tarde y ya no había luz natural, los reflectores en el patio eran pocos. Al estar alistando sus cosas para retirarse, aseguran haber visto una la sombra de un hombre que parecía ir vestido cómo un soldado y arrastraba una pierna. Al mismo tiempo todos escucharon un agudo grito de dolor. Primero pensaron que debía ser un bromista, hasta que se dieron cuenta de que la sombra se había perdido sin dejar rastro. Las historias de miedo en el baño de mujeres, se contaban por montones. Era muy usual escuchar a alumnas decir que habían entrado solas a la sala de sanitarios y que de repente las llaves de agua se abrían sin razón alguna o se escuchaban pasos en el lugar. Uno de los salones tenía todavía las características de un quirófano y ahí también se cuenta que asustaban. El lugar en el que más miedo se sentía, cuentan, era el patio central. Ahí se dice que se podían ver niños jugando. Ciertamente las leyendas urbanas siempre dicen que una escuela había sido panteón y no hay lugar de trabajo en el que no digan que se aparece una niña. Esta escuela fue mucho más que un panteón, fue un hospital. Las pruebas yacían empolvadas en el sótano con pequeñas y rotas ventanas por donde se podía ver la silueta de biombos, camillas, camas de recuperación, planchas de quirófano, lámparas, escritorios y mucho más. No es muy grande la plantilla de alumnado, son pocos los potosinos que pueden sentir el privilegio de haber pasado años de su adolescencia en un lugar con tanta historia y tanto miedo. Expertos aseguran que los espacios guardan energía y tal vez con el paso de más años estas paredes olviden el dolor de quienes murieron solos en este lugar, y comiencen a reflejar la energía que da la alegría de tomar clases, cantar con tus amigos y soñar con el futuro.