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(AUDIO) Muchas culturas viven de manera distinta el despedir a un ser querido, recordarlo en México es motivo de fiesta y en la huasteca otro mundo
01:53 lunes 4 noviembre, 2019
San LuisUna noche otoñal fría en la huasteca potosina tiene su rareza por el clima que la caracteriza. Temperaturas altas que superan los 40° o 45° en verano y todavía alcanzan estas fechas, las olvidamos con la ligera lluvia que nos recibió en el mas joven de los municipios potosinos, Matlapa, S. L. P., y nos hizo abrigarnos lo físico con lo material -el cuerpo con la chamarra- para adentrarnos en el cobijo inmaterial de nuestro espíritu. Por milenios, civilizaciones enteras han caracterizado los rituales de despedida de un ser querido con elementos tan propios que hacen del llanto para que alguien parta físicamente, un sagrado evento. Y el recuerdo a su memoria no escapa de la tradición de culturas ancestrales. El calendario católico reza los primeros días de noviembre como las fechas de todos los santos y las de los difuntos, pequeños y adultos. Los calendarios prehispánicos tenían en sus rituales la adoración a la tierra y sus elementos para proveer mejores cosechas, no es casual entonces que la entrega de un ser llorado sea a la “madre tierra”. Esa unión en la conquista permitió entrelazar desde el vocablo latino y sagrado Sanctorum (Lugar de santos) que en sus lenguas los barbados quisieron enseñar, pasando el ritual del sacrificio humano a la tierra para cristianizarlo con el sacrificio religioso tanto en la santa misa como en la ofrenda al dios en turno que lograra mejores frutos, hasta llegar al Xantolo, dicen los historiadores y antropólogos, resultado de la dificultad vocal del náhuatl para pronunciar el Sanctorum = Xantolo. El abrigo espiritual que disfrutamos la noche del viernes 1º de noviembre fue el clásico desfiles de catrinas en la plaza principal, cuyos vestidos adornados con los elementos huastecos barrieron los maravillosos arreglos que envolvieron sus jardines entre arcos y caminos de cempazuchitl, entre velas de cera color cobriza dorada que se derramaba sin que su luz se apagara. Señal inequívoca de una luz encendida en el camino para que las mujeres que torteaban los bocoles no pararan, pues ya se sentía la presencia de las visitas y no precisamente de los que caminábamos por aquella plaza con frio. Ese frio nos llevo a seguir recorriendo uno de los homenajes que por las noches los huastecos estas fechas convierten en propias las lagrimas y sonrisas de sus visitantes y sus locales. Los primeros que disfrutamos de la hospitalidad engalanada por la exquisita comida huasteca y los segundos porque acudir a los panteones a recordar a los suyos es otra tristeza musicalizada. Al día siguiente, el municipio de San Martin Chalchicuautla, S. L. P., último rincón sureño de nuestro estado, la neblina nos acarició en la mañana para acudir a una ofrenda en donde el jobito es la bebida insigne que le ofrecen a los difuntos y al visitante, modestia aparte si vale que lo diga, los huastecos todo el año somos extraordinarios anfitriones, pero en esta ocasión el copal y el carrizo que agolpe rítmico un anciano orquestaba, seguían invitando al difunto a venir, si quiera un rato convivir, convivir de nuevo, porque podríamos entender que con el Xantolo nosotros con-morimos también. El altar es fundamental. Se compone de los elementos que conocemos, las tradiciones no se cambian, se distinguen según la zona. Y mi amada huasteca es ejemplo de ella. Ya por la tarde la llovizna nos refresco, y por doquier se escuchaban los cuetes y los golpes de largas cuerdas que se azotaban en el suelo, para escuchar a los hue-hues que llaman a gritos entonados por lo barrios de su San Martin al compadre y al amigo, al chico y al anciano, son las invitaciones a la danza, al relajo, a la comparsa.
La máscara y el grito son elementos básicos para personificar a los habitantes de una sociedad. No se mofa de ellos, como con “La Catrina”, que hasta “calaveritas” poéticas nos inspira para burlarnos del vivo y del muerto. En la huasteca el hue-hue y la comparsa, la música y la danza alegran la noche en que los difuntos bajan a la tierra a convivir y alimentarse de los chichiliques para que gocen de la fiesta en su honor. La cuerda del jaranero acompaña la danza ruidosa con el grito acompasado del desorden y la fiesta. De los cientos que se dan la mano y giran en torno al recuerdo de que los días de muertos en la huasteca son el Xantolo, místico valle de luces y flores donde la anfitrionia al que llega, el ritual al que observa, la tradición al que la sigue y la grandeza de un pueblo, desde niños y ancianos, mujeres y adultos, funcionarios y gobernados, ricos y pobres, hombres y jóvenes somo parte de la comparsa de vida. Ritual alegre que demuestra la ligera distancia que nos separa de la vida y la muerte, de la fiesta y la tristeza y de que todos, sin excepción con o sin mascara, vamos a partir algún día, en este caso, también de nuestra huasteca. Entre la cera que se derrama como la lagrima al que se va... Entre el llanto de la despedida y el relajo de su llegada existe una distancia que se traduce en la tradición y la cuerda, entre el ritmo y el grito... Hoy la música envuelta en el carrizo y el golpe rítmico huasteco invita a nuestros difuntos a volver y con la ofrenda, el chichilique, a tener un buen regreso…
Es el sombrerudo con cuernos, es la anciana con ganas de bailar, es el niño y su máscara de madera... Es el Xantolo, que se convierte también en la danza que permita entender que la puerta terrenal sigue abierta para que su camino celestial sea más fácil de andar y pueda convivir un día más con sus seres queridos… Es la tradición y mística de milenios que se detienen... Es el ancestral origen de nuestras culturas de la mano con la religiosidad de nuestros viejos... Es el Xantolo en la huasteca potosina…