Ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador metió en un nuevo brete a su canciller Marcelo Ebrard, al afirmar que el secretario de Relaciones Exteriores será quien integre, por parte de México, el nuevo grupo de trabajo que surgió de la reunión del miércoles con el enviado de la Casa Blanca para el cambio climático, John Kerry.  A Rocío Nahle, secretaria de Energía, no la mencionó para ser parte del grupo, que servirá para establecer metas específicas para acelerar la adopción de energías limpias en los dos países.  El grupo de trabajo deberá entregar un documento conjunto en un mes; es decir, el 10 de marzo. Ahí se establecerán metas concretas y roles. Difícilmente la Casa Blanca querrá aprobar un documento conjunto con ideas difusas que eternicen la incertidumbre. De manera que el trabajo del canciller es contra el reloj.  Pero el problema de Ebrard es que la iniciativa del Presidente rompe en lo esencial con lo que busca Estados Unidos en materia energética: un mercado competitivo. Esto significa que la Casa Blanca quiere ver en México un mecanismo de oferta y demanda eléctrica en el cual, quien produce la energía más barata, puede venderla con prioridad a la matriz eléctrica.  Es lo lógico: siempre ante un producto o servicio indiferenciado (como el gas, el maíz o, en este caso, la electricidad), el comprador adquiere primero de aquel que lo ofrece más barato. Y eso es precisamente lo que la contrarreforma eléctrica de López Obrador revierte, porque él quiere que primero se despache la energía que produce la Comisión Federal de Electricidad (CFE), independientemente del costo al que fue producida, y sin importar cómo ni qué precio la produjeron los privados.  El Ejecutivo dijo ayer que su iniciativa no violenta al T-MEC. Pero Kerry dijo que su país necesita garantías de ello y de que habrá un mercado competitivo de electricidad en México. Esto equivale a que uno desea firmemente un círculo y el otro un cuadrado, pero ambos se congratulan de que su diálogo mutuo sea sobre figuras geométricas.  En México se produjeron 317 mil GWh de energía eléctrica en 2019, de los cuales, únicamente 23.4 por ciento fue producto de fuentes limpias, como la eólica, hidroeléctrica o la solar. Esa proporción es muy baja para cumplir con el compromiso mexicano de llegar a 35 por ciento de la electricidad proveniente de energías limpias en 2024.  Si la presión de John Kerry y el grupo de trabajo establecido es suficiente, el Presidente deberá suscribir pronto la meta específica (un número, una proporción) de generación de energías limpias para los siguientes años; así como la forma en la que las empresas estadounidenses pueden invertir en ello; y, más importante, cuál será el mecanismo para que esa energía entre a la matriz energética nacional cuando sea generada, siendo barata y no contaminante.  Difícil. POR CARLOS MOTA

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