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Por enésima vez: no hay nada que celebrar ni en Castro, ni en Guevara, ni en la relación de varios años que sostuvieron, para desgracia de Cuba
00:10 martes 25 noviembre, 2025
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No me meto en asuntos legales, que desconozco y que, imagino, la alcaldesa Alessandra Rojo considerará si llega el momento. Como Pablo Majluf, sostengo que desde un punto de vista de ético, simbólico y político, la propuesta de fundir la estatua de Guevara y Castro, venturosamente ya removida de las calles de la Tabacalera, es impecable. Que luego de fundirla se convierta en un monumento a Carlos Manzo, el alcalde de Uruapan asesinado hace dos semanas, es una idea para aplaudir de pie.
Por enésima vez: no hay nada que celebrar ni en Castro, ni en Guevara, ni en la relación de varios años que sostuvieron, para desgracia de Cuba y de otros cuantos países. Castro fue un fracaso en todo salvo en lo único que le importaba: conservar un poder rotundamente vertical, indiscutido, omnipresente. Tiránico.
Lo hizo con una prodigiosa capacidad para las relaciones públicas –todavía hay quienes le encuentran virtudes a ese horror–, un maquiavelismo que hace palidecer a la Florencia del Renacimiento, y una capacidad única para montar un aparato de vigilancia y represión que aun funciona como reloj suizo, según han podido comprobar los cubanos y los venezolanos, y comprobaremos nosotros.
Por lo demás, Cuba es un país horriblemente jerarquizado, con una inmensa mayoría de pobres y una muy pequeña cúpula militar que se embolsa tremendas fortunas; en bancarrota no por un bloqueo inexistente –no es más que un embargo–, sino por la naturaleza misma del régimen y su aparato digamos productivo; con un modelo educativo más que bananero, en el que se desconoce, por ejemplo, el inglés o la informática más primitiva, y con un sistema de salud que mandó a la tumba incluso a los privilegiados, como Hugo Chávez, y que no tiene ni sábanas o aspirinas que ofrecerle al pueblo bueno.
Por lo demás, Castro llenó el país de campos de reeducación, encarceló y fusiló disidentes, pactó con Pablo Escobar y le heredó el changarro a su hermano, dando lugar a una dinastía de décadas que al parecer no se irá nunca.
El Che, en cambio, fue un fracaso y punto, pero un fracaso sanguinario. Estalinista y luego maoísta, es decir, promotor de dos totalitarismos que nos han costado decenas de millones de muertos, se regodeó con los tiros en la nuca, como cuenta sin pudores en sus libros, en párrafos que al parecer se le pasaron a sus apologistas, y, luego de ayudar en la instalación de la pesadilla concentracionaria que es la isla, se fue a fracasar como el pésimo militar que era a África, primero, y luego a Bolivia, donde murió.
Carlos Manzo, por lo que sabemos, fue, por el contrario, un hombre valiente y querido por sus conciudadanos, abandonado por el régimen que mejor ha decidido seguirle regalando nuestro dinero a las clases altas del castrismo, para que se perpetúen en el poder.
Fundan ya esa estatua.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09