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No soy una persona que sea afecto a esas festividades, pero les tengo mucho respeto
00:01 miércoles 26 noviembre, 2025
Colaboradores
El mes de noviembre, al albergar tanto el Día de Muertos como Halloween, se convierte en la antesala “mainstream” de lo fantasmagórico y del terror. En los días previos a esas festividades las calles, casas, oficinas y negocios de México se visten de naranja salpicados de cempasúchil y calabazas.
No soy una persona que sea afecto a esas festividades, pero les tengo mucho respeto; me parece fascinante cómo a pesar de sus raíces históricas y culturales divergentes se entremezclan muchas veces en un sincretismo cultural único y diferente.
Aún me parece más fascinante de estas festividades toda la “cultura pop” que se ha desdibujado alrededor de ellas: festivales, concursos, disfraces, películas, series, novelas, que oscilan entre la nostalgia por los fallecidos y los espectáculos de terror sintético.
Víctima de la sobre oferta de lo terrorífico y lo fantasmagórico cada mes de noviembre acabo ya sea leyendo o viendo algo que encuadra en esos géneros. Así fue como en los últimos días de este mes, más cercanos a las festividades navideñas, me tope con una peculiar película cubana: “Juan de los Muertos” [dirigida por Alejandro Bruges-2011].
Digo peculiar porque es una película de zombis que se desarrolla en las calles de la sempiterna nostálgica ciudad de La Habana, y remarco peculiar porque entre las personalidades atípicas de los personajes, el humor cítrico y terrorífico, hay una clara vocación de crítica política y social que emerge en su comedia-terrorífica. Quizás esa libertad sea consecuencia de que fue una coproducción española o por errores en la “edición oficial final”, como pasó con la otrora película de la época del franquismo “El Verdugo” [dirigida por Luis García Berlanga-1963].
Pero más allá de mis especulaciones fílmicas, y sin ánimos de arruinar la novedad a quien no la haya visto, entre sus muchos rasgos narrativos originales se encuentra cómo el virus zombi se diseminó en La Habana.
A diferencia de las muchas películas de ese género, el virus no se propagó por la ambición desmedida de las corporaciones empresariales, por el uso de armas patógenas experimentales, o errores médicos o de seguridad sanitaria. En esa Cuba ficticia, el virus se diseminó por la negligencia ideológica del gobierno.
Así cuando empezaron a ocurrir los primeros ataques rábicos, violentos, sangrientos e irracionales característicos de los síntomas de ese ficticio virus, la reacción del gobierno comunicada en el único medio televisivo nacional fue: “los disturbios fueron posiblemente ocasionados por grupúsculos de disidentes pagados por el gobierno de los Estados Unidos”.
En la medida que los ataques zombis se incrementaban, y su atipicidad e irracionalidad se hacían patentes, el gobierno pasó de la especulación a la conclusión determinante: los ataques eran producto de agentes disidentes coludidos con el gobierno de Estados Unidos y convocaron a una marcha ciudadana antiimperialista.
Ahí es cuando la población de La Habana sucumbió irremediablemente ante la horda de zombis. Y aun con la marabunta de muertos vivientes atacando a toda persona, ese gobierno de ficción fílmica se mantuvo en su versión. Ellos tenían otros datos, aunque los “otros datos” exterminaran ante sus ojos a la población que deberían salvaguardar y cuidar.
De esa manera Juan de los Muertos lanza una tarascada crítica a los gobiernos ideologizados, incapaces de la autocrítica y sumergidos en su ideología inamovible, mostrando su verdadera faceta de terror: la ideología sin crítica, sin pluralidad, veracidad y consensos es siempre el virus más letal.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ